Publicado en Revista Ambiente Siglo XXI - ONG Econciencia Autora Rosalía Paz
La agricultura moderna utiliza un pequeño número de especies, y dentro de estas, unas pocas variedades conocidas en conjunto como “Variedades de Alto Rendimiento”, mejoradas y adaptadas para el cultivo intensivo. Estas variedades han permitido un considerable aumento de la producción de alimentos a nivel mundial pero también han reducido en forma drástica la diversidad de especies y cultivares empleados. La consecuencia directa de este reduccionismo es, entre otras cosas, la fragilidad del sistema agrícola.
La biodiversidad es un término que refleja el grado de complejidad de un sistema, que repercute, en última instancia, en su estabilidad. En el caso de las plantas utilizadas para fines agrícolas, puede definirse en función del número de especies cultivadas, y dentro de estas, el número de cultivares y su variabilidad genética.

La base de la dieta humana está constituida en más de un 90% por productos de origen vegetal. Se estima que en el planeta existen de 300.000 a 500.000 especies de plantas superiores, de las cuales se encuentran identificadas cerca de 250.000. De ellas, cerca de 30.000 especies son comestibles y unas 7.000 han sido cultivadas o recolectadas en algún momento por los seres humanos para su consumo, lográndose en muchos casos la domesticación de las mismas. De esta manera, podemos confirmar que la seguridad alimentária humana se encuentra sostenida por un gran número de especies vegetales.
Pese a esta información, si observamos los alimentos vegetales que hacen parte de nuestro día a día, podemos afirmar que el plato básico está constituido por un reducido número de especies. En base a esto, se afirma que solo 30 cultivos alimentan al mundo, y en conjunto aportan el 95% de la energía (en forma de calorías) y proteínas de la dieta humana. En forma sorprendente, más del 50% de la ingesta energética mundial depende de solamente 3 especies: el trigo, el arroz y el maíz. El otro 25% es completado por otros seis cultivos básicos como el sorgo, el mijo, las papas, las batatas, la soja y el azúcar (este de remolacha o de caña de azúcar). También existen un numero mayor de cultivos importantes cuando se consideran niveles locales (en determinadas regiones se consumen productos regionales típicos), y dentro de estos podemos mencionar el maní, el guandú, las lentejas, el caupí, el ñame y la mandioca. En este sentido, es visible la reducción en la biodiversidad de las especies de las cuales depende la alimentación mundial, con lo cual resulta importante asegurar la continuidad de la diversidad genética de estos cultivos principales, para evitar la vulnerabilidad a enfermedades que podrían afectar la producción de alimentos en todo el mundo.
Centros de origen y biodiversidad.
A lo largo del proceso de domesticación por los primeros agricultores, diversas especies han podido ser adaptadas al ambiente agrícola (han sido domesticadas). Fue a principios del siglo pasado (1916) que el botánico y genetista ruso Nikolai Vavilov se percató que la diversidad de cultivares de estas especies agrícolas no se encontraba distribuida en forma uniforme a lo largo del planeta, pero si confinada a centros de diversidad que fueron posteriormente denominados como centros Vavilov en su homenaje. De hecho, esta diversidad se encuentra concentrada en las zonas tropicales y subtropicales de Asia, África y América Latina. Esta diversidad local se debe a que en estos sitios se encuentra un gran número de cultivares de las especies domesticadas y además de especies silvestres emparentadas. Además estos sitios se caracterizan por presentar variadas topografías, tipos de suelo y climas y, más importante aún, tienden a estar rodeados de cadenas de montañas que constituyen formidables barreras geográficas. De esta forma, los centro Vavilov (o centros de origen) representan un importante reservorio de biodiversidad de especies y de genes que puede ser explotado en forma sostenible para mejorar los cultivos de los que depende la alimentación mundial.

Agricultura moderna y erosión genética.
La agricultura moderna ha impuesto una fuerte presión selectiva de ecotipos (subespecies, variedades, razas) en la búsqueda de aquellos más productivos. De esta manera, a nivel mundial y a nivel local se ha reducido el número de cultivares empleados para la producción alimentaria. Este fenómeno viene observándose también en los centros de origen. La consecuencia directa de este fenómeno es que, al reemplazar variedades locales por variedades o especies exóticas de alto rendimiento, el desuso hace que se pierdan dichos cultivares. Este fenómeno uno de los principales componentes de lo conocido como la erosión genética, que es la pérdida de variabilidad genética (alelos o genes), así como de una forma más amplia, a la perdida de variedades o especies.
Se estima que a lo largo del siglo XX se ha perdido en el mundo alrededor del 75% de la diversidad genética de las especies cultivadas. En la India en 1960 había aproximadamente 50 mil variedades de arroz, en 1990 había 17mil variedades; pero hoy la mayoría de los agricultores sólo utilizan unas pocas docenas. De las variedades locales de maíz que se conocían en México en 1930, sólo queda actualmente 20 por ciento. En Corea del Sur de 57 cultivos, de los que se conocían más de 5 mil variedades distintas, entre 1985 a 1993, desapareció 82% de las variedades. Otro triste ejemplo de ello es la reducción de las variedades de trigo cultivadas en China de 10.000 a 1.000 en menos de 50 años.
La biodiversidad es la fuente de materia prima de la cual depende la alimentación y desarrollo de nuestra civilización. A medida que vamos conociendo la naturaleza, continuamente vamos descubriendo nuevas fuentes de materias primas, como pueden ser aceites, fibras, principios activos medicinales, fuentes de energía, alimento, etc. En el caso de los recursos alimenticios, las especies silvestres y la diversidad de cultivares locales tienen una carga de genes favorables de adaptación al medio y de resistencia a sus condiciones adversas, la cual puede tener una gran valor para la mejora de las variedades comerciales mas productivas, pero menos resistentes. Por ello, si permitimos la desaparición de especies, estamos permitiendo la desaparición de una importante fuente de recursos, que en definitiva constituyen un seguro de vida y bienestar.
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